El 27 de enero de 1945 las
tropas aliadas soviéticas llegaron al campo de exterminio de Auschwitz, en la
última etapa de la II Guerra Mundial. Auschwitz es el símbolo de los campos de
la muerte.
El conocido escritor Primo
Levi en un fragmento de su obra describió de la siguiente manera la llegada al
campo de exterminio: "entonces comprendimos que el lenguaje humano es
insuficiente para expresar la terrible ofensa: la destrucción del hombre. La
realidad se reveló ante nuestros ojos en apenas un instante, casi como una
profecía: habíamos llegado al fondo, a lo último, al punto desde el cual ya no
es posible seguir bajando. No nos quedó nada, nos quitaron la ropa, los
zapatos, y no nos dejaron siquiera nuestros cabellos. Si hablásemos no nos
escucharían, y si nos escucharan no entenderían nuestras palabras. Pronto nos
despojarán de nuestros nombres...".
En Auschwitz, como
humanidad, quemamos la faz de Europa, destruimos las geografías humanas que nos
enriquecían y nos explicaban, y fue en Auschwitz donde quebramos el sentido de la
historia. No se trata de un horror más.
Se trata de nuestro propio
horror, reflejado en un gran espejo de maldad, “La muerte del alma humana”, dijo Claude Lanzmann, y nunca nadie
lo ha definido con más precisión.
Nos incomoda conmemorar el
holocausto. Lo tratamos como un acontecimiento deplorable de la historia en el
que la indiferente sociedad europea lo relega a una cuestión nazi, pero no lo
es. Ni tampoco es una cuestión de Alemania. Por supuesto no es solo una
cuestión de los judíos. No son suficientes los actos en los que se repudia el
nazismo, en los que Europa se sitúa más allá de la culpa y de la pregunta ¿cómo
fue posible?. Hay una responsabilidad histórica de guardar la memoria, que no
se borrará jamás.
El nazismo fue el
resultado de muchas cosas, entre ellas la locura de un ser malvado y depravado,
pero sus crímenes fructificaron debido a la falta de atención a las
responsabilidades de los países de Europa, Sus acciones homicidas se
alimentaron de los prejuicios que habíamos creado durante siglos y actuaron
gracias a nuestra indiferencia.
Fue Europa la que creó el
estigma contra el judío. Hitler solo hizo el trabajo sucio.
Entendemos que conmemorar
las víctimas del nazismo, es una obligación moral a pesar de ser un ritual del
dolor.
La historia está llena de
barbaries y de locuras, pero ningún episodio de la historia es comparable a la única industria internacional de exterminio
que ha creado el ser humano. Una aniquilación industrial, perfectamente
diseñada por políticos, ingenieros, químicos y técnicos de múltiples
disciplinas, planificada hasta en su último detalle con la tradicional eficacia
germana. Esto pasó en la civilizada Europa.
Minimizar la maldad es
tanto como empezar a entenderla. Y si algo se ha parecido a la maldad en estado
puro es la Shoá
“El mal existe”- nos recuerda el gran premio Nobel Elie Wiesel– “ha sido la Shoá, el holocausto, el intento,
trágicamente exitoso, de exterminar a la mayor parte de las comunidades judías
en los países que irían cayendo bajo el avance de la dominación del gobierno de
Hitler.
La Shoá significó arrancar
de cuajo miles de familias enteras, con sus niños, sus abuelos, sus padres y
madres; arrancar pueblos enteros, con sus maestros, sus campesinos, sus
médicos, sus artesanos, sus músicos, sus sastres y sus poetas; arrancar
geografías enteras, con sus cantos, sus idiomas, sus fotos de fiesta, sus bodas
y sus entierros, su memoria y su futuro; arrancarlo todo y destruirlo mediante
el sufrimiento, la tortura, el hambre y en hornos crematorios.
El llamado "El
Tercer Reich" que dijeron que duraría 1.000 años duró 12 años y 4 meses,
desde enero de 1933 hasta abril de 1945. Durante estos 12 años y 4 meses, más
de 29 millones de seres humanos fueron exterminados
Un millón y medio de
niños, que nacieron rumanos, húngaros, polacos, alemanes, griegos, italianos,
franceses, fueron trasladados en vagones de la muerte, y finalmente, asesinados
por ser judíos.
Millones de personas, unas
asesinadas por estar marcadas con cualquier estigma: opositores políticos,
homosexuales, gitanos, comunistas, revolucionarios, parias; 3 millones de
prisioneros soviéticos; a 3 millones de católicos polacos; a 700.000 serbios; a
250.000 gitanos; a 80.000 alemanes que entendían eran enemigos del régimen; a
70.000 disminuidos alemanes; a 12.000 homosexuales y a 2.500 testigos de
Jehová. Finalmente otros, los más, por formar parte del pueblo eternamente
perseguido. Fueron seis millones de almas.
El Holocausto es la gran
tragedia contemporánea ya que metaforíza todos los horrores a los que puede
llegar el ser humano, sobre la base de presupuestos ideológicos, raciales e
históricos, eliminando inocentes, por un gobierno poderoso y con los
incontables medios económicos destinados a tan abyecto y depravado proyecto.
Deseamos a través de actos
como este, que se sepa dónde nació el mal, en qué lugar anidó la bestia, como
creció, cómo pudo llegar a producir y, sobre todo, con qué ojos ciegos, labios
mudos y oídos sordos se mantuvo Europa, sus gobiernos, su habitantes, mientras
la bestia mataba.
El
filósofo André Glucksmann llama a esta actitud “la indiferencia nihilista”.
Estos son tiempos de gran
oscuridad, tiempos en los que vemos como avanza el fundamentalismo y la
intolerancia; tiempos en que vemos como se propaga el odio, el racismo y la
violencia indiscriminada.
Por ello, hoy más que
nunca, estamos en presencia de tiempos en los cuales la luz y la memoria se
hacen esenciales.
La preservación de la
memoria, el honrar a los mártires y a los héroes, y al mismo tiempo no olvidar nunca a los verdugos, a sus
cómplices, a los colaboracionistas de los países ocupados, quienes muchas veces
ponían más fervor que los propios alemanes en la persecución de nuestros
hermanos, todo ello constituye un deber sagrado para nuestro pueblo
En el siglo XX se han
liquidado las vidas de más de 100 millones de personas porque eran diferentes o
molestaban al poder instituido.
Para que El Holocausto no
se repita, la herramienta más potente en manos de la civilización es la de la
memoria.
Recordar lo ocurrido,
expresar nuestra repulsa, participar en la divulgación de lo que ello
significa: estas son las oportunidades que la conmemoración de la fecha de la
liberación de Auschwitz nos permite hoy.
En tanto que todo proyecto
genocida constituye un doble crimen por la aniquilación física, y por la
desaparición de la memoria del asesinato cometido, todo cuanto pueda hacerse por reinstalar el tema en un lugar
preponderante de la opinión pública, será una manera de derrotar la posibilidad
de que se repita.
Al honrar a nuestros
hermanos, honramos su drama.
Nunca más al odio, nunca más a la
discriminación, nunca más a la persecución. ¡Nunca más!