miércoles, 25 de enero de 2017

CONMEMORACION ANUAL EN MEMORIA DE LAS VICTIMAS DEL HOLOCAUSTO



El 27 de enero de 1945 las tropas aliadas soviéticas llegaron al campo de exterminio de Auschwitz, en la última etapa de la II Guerra Mundial. Auschwitz es el símbolo de los campos de la muerte.
El conocido escritor Primo Levi en un fragmento de su obra describió de la siguiente manera la llegada al campo de exterminio: "entonces comprendimos que el lenguaje humano es insuficiente para expresar la terrible ofensa: la destrucción del hombre. La realidad se reveló ante nuestros ojos en apenas un instante, casi como una profecía: habíamos llegado al fondo, a lo último, al punto desde el cual ya no es posible seguir bajando. No nos quedó nada, nos quitaron la ropa, los zapatos, y no nos dejaron siquiera nuestros cabellos. Si hablásemos no nos escucharían, y si nos escucharan no entenderían nuestras palabras. Pronto nos despojarán de nuestros nombres...".
En Auschwitz, como humanidad, quemamos la faz de Europa, destruimos las geografías humanas que nos enriquecían y nos explicaban, y fue en Auschwitz donde quebramos el sentido de la historia. No se trata de un horror más.
Se trata de nuestro propio horror, reflejado en un gran espejo de maldad, “La muerte del alma humana”, dijo Claude Lanzmann, y nunca nadie lo ha definido con más precisión.
Nos incomoda conmemorar el holocausto. Lo tratamos como un acontecimiento deplorable de la historia en el que la indiferente sociedad europea lo relega a una cuestión nazi, pero no lo es. Ni tampoco es una cuestión de Alemania. Por supuesto no es solo una cuestión de los judíos. No son suficientes los actos en los que se repudia el nazismo, en los que Europa se sitúa más allá de la culpa y de la pregunta ¿cómo fue posible?. Hay una responsabilidad histórica de guardar la memoria, que no se borrará jamás.
El nazismo fue el resultado de muchas cosas, entre ellas la locura de un ser malvado y depravado, pero sus crímenes fructificaron debido a la falta de atención a las responsabilidades de los países de Europa, Sus acciones homicidas se alimentaron de los prejuicios que habíamos creado durante siglos y actuaron gracias a nuestra indiferencia.
Fue Europa la que creó el estigma contra el judío. Hitler solo hizo el trabajo sucio.
Entendemos que conmemorar las víctimas del nazismo, es una obligación moral a pesar de ser un ritual del dolor.
La historia está llena de barbaries y de locuras, pero ningún episodio de la historia es comparable a la única industria internacional de exterminio que ha creado el ser humano. Una aniquilación industrial, perfectamente diseñada por políticos, ingenieros, químicos y técnicos de múltiples disciplinas, planificada hasta en su último detalle con la tradicional eficacia germana. Esto pasó en la civilizada Europa.
Minimizar la maldad es tanto como empezar a entenderla. Y si algo se ha parecido a la maldad en estado puro es la Shoá
El mal existe”- nos recuerda el gran premio Nobel Elie Wiesel– “ha sido la Shoá, el holocausto, el intento, trágicamente exitoso, de exterminar a la mayor parte de las comunidades judías en los países que irían cayendo bajo el avance de la dominación del gobierno de Hitler.
La Shoá significó arrancar de cuajo miles de familias enteras, con sus niños, sus abuelos, sus padres y madres; arrancar pueblos enteros, con sus maestros, sus campesinos, sus médicos, sus artesanos, sus músicos, sus sastres y sus poetas; arrancar geografías enteras, con sus cantos, sus idiomas, sus fotos de fiesta, sus bodas y sus entierros, su memoria y su futuro; arrancarlo todo y destruirlo mediante el sufrimiento, la tortura, el hambre y en hornos crematorios.
El llamado  "El Tercer Reich" que dijeron que duraría 1.000 años duró 12 años y 4 meses, desde enero de 1933 hasta abril de 1945. Durante estos 12 años y 4 meses, más de 29 millones de seres humanos fueron exterminados
Un millón y medio de niños, que nacieron rumanos, húngaros, polacos, alemanes, griegos, italianos, franceses, fueron trasladados en vagones de la muerte, y finalmente, asesinados por ser judíos.
Millones de personas, unas asesinadas por estar marcadas con cualquier estigma: opositores políticos, homosexuales, gitanos, comunistas, revolucionarios, parias; 3 millones de prisioneros soviéticos; a 3 millones de católicos polacos; a 700.000 serbios; a 250.000 gitanos; a 80.000 alemanes que entendían eran enemigos del régimen; a 70.000 disminuidos alemanes; a 12.000 homosexuales y a 2.500 testigos de Jehová. Finalmente otros, los más, por formar parte del pueblo eternamente perseguido. Fueron seis millones de almas.
El Holocausto es la gran tragedia contemporánea ya que metaforíza todos los horrores a los que puede llegar el ser humano, sobre la base de presupuestos ideológicos, raciales e históricos, eliminando inocentes, por un gobierno poderoso y con los incontables medios económicos destinados a tan abyecto y depravado proyecto.
Deseamos a través de actos como este, que se sepa dónde nació el mal, en qué lugar anidó la bestia, como creció, cómo pudo llegar a producir y, sobre todo, con qué ojos ciegos, labios mudos y oídos sordos se mantuvo Europa, sus gobiernos, su habitantes, mientras la bestia mataba.
El filósofo André Glucksmann llama a esta actitud “la indiferencia nihilista”.
Estos son tiempos de gran oscuridad, tiempos en los que vemos como avanza el fundamentalismo y la intolerancia; tiempos en que vemos como se propaga el odio, el racismo y la violencia indiscriminada.
Por ello, hoy más que nunca, estamos en presencia de tiempos en los cuales la luz y la memoria se hacen esenciales.
La preservación de la memoria, el honrar a los mártires y a los héroes, y al mismo tiempo no olvidar nunca a los verdugos, a sus cómplices, a los colaboracionistas de los países ocupados, quienes muchas veces ponían más fervor que los propios alemanes en la persecución de nuestros hermanos, todo ello constituye un deber sagrado para nuestro pueblo
En el siglo XX se han liquidado las vidas de más de 100 millones de personas porque eran diferentes o molestaban al poder instituido.
Para que El Holocausto no se repita, la herramienta más potente en manos de la civilización es la de la memoria.
Recordar lo ocurrido, expresar nuestra repulsa, participar en la divulgación de lo que ello significa: estas son las oportunidades que la conmemoración de la fecha de la liberación de Auschwitz nos permite hoy.
En tanto que todo proyecto genocida constituye un doble crimen por la aniquilación física, y por la desaparición de la memoria del asesinato cometido, todo cuanto pueda hacerse por reinstalar el tema en un lugar preponderante de la opinión pública, será una manera de derrotar la posibilidad de que se repita.
Al honrar a nuestros hermanos, honramos su drama.
 Nunca más al odio, nunca más a la discriminación, nunca más a la persecución. ¡Nunca más!